viernes, 6 de agosto de 2010

Festival de Lima: Los labios, de Iván Fund y Santiago Loza


Los labios, algunas impresiones


Es como si una canción de Manolo Galván, de esas resurrectas, sacadas del sótano de los recuerdos, diera las pistas de las ausencias, de las inquietudes de tres mujeres lejos del hogar y que trabajan en labor social, al parecer a modo de mea culpa, en un poblado de la argentina rural.


Una vieja canción en un bar, que es cantada por un lugareño, sobre una joven mujer que está embarazada, va a permitir el momento de distancia y cercanía a la vez entre cosas que no van a ser declaradas a lo largo de la película. ¿Estas tres mujeres, asistentas sociales, van a trabajar huyendo de algo? ¿Qué van a encontrar en las visitas de trabajo?


Los labios, la cinta hecha a dos manos (o a cuatro ojos) por Santiago Loza e Iván Fund va a explorar un mundo de mujeres, de sus gestos, de sus modos de relacionarse, de sus temores así como de sus momentos de leves estallidos e intimidad. Pero los cinestas no lo hacen de un modo directo, sino sutil, tanto que en muchos casos roza la ambigüedad.


Difuminando las fronteras entre ficción y documental, Los labios esboza, a través del seguimiento a un trabajo de campo que toma semanas, las motivaciones personales y profesionales de tres mujeres, asistentas sociales en voluntariado, que poco hablan de sí mismas, pero que a la vez va a la caza de testimonios de personajes olvidados en una Argentina diferente y calurosa. Vacunas, medida de estatura, peso, pastillas, desnutrición, Chagas, palabras que son parte de sus jornadas, van a ir recuperando tópicos propios del reportaje o documento de denuncia social, como los efectos de la ausencia del Estado, las necesidades de las personas en pobreza casi extrema ("solo quiero un trabajo", "comemos una o dos veces al día") y las intenciones por ayudar a mejorar la calidad de vida de algunos sectores. Sin embargo, la cinta va por otra parte.


En sus primeros minutos, Los labios muestra a las chicas viajando en bus, en autos, hasta llegar a su destino. Luego son instaladas por el municipio en un hospital en ruinas, para luego ir a visitar casas. Aquí se nota una suerte de ruptura, por lo menos formal, ya que se recurre a mostrar a pobladores reales que interactúan con las actrices, y quienes hablan de su salud y de la de sus hijos. La pobreza, la dejadez y la falta de asistencia por parte del Estado son un lugar común. No hay médicos ni enfermeras, sólo estas asistentas que van a enviar informes a las autoridades sobre el estado de la cuestión.


Es elocuente que Los labios muestre una decepción hacia el sistema de salud convencional: tres asistentas sociales son alojadas en un terreno para demoler, un antiguo hospital deshabitado e inundado por el clima casi tropical de la zona rural de Santa Fe. Los hospitales como elefantes blancos, como espacios agotados. Es hora de tocar la puerta y arrancar las enfermedades, averiguar qué hay en estos pueblos llamados pobres, marginales y tranquilos, tal como lo declara uno de los personajes.


Sí me da curiosidad el nombre del filme, lo que me apetece pensar que se trata de todo lo que se dice, que no hay nada oculto ni implícito: lo que dicen los entrevistados es una verdad, lo que no sale de la boca de las asistentas no tiene por qué ser. Un poco de lápiz labial para enaltecer el rostro de las que apenas hablan.


Luego de la secuencia del bar, del tipo que canta el tema de Manolo Galván, la situación se aclara para las protagonistas, ya se han fusionado al mundo auscultado: despertar en una cama donde se ha hecho el amor y donde duermen además otras personas en la promiscuidad o mimetizarse en el lodo junto a un grupo de niños como demostración de comprensión. Los labios desconcierta.


Mónica Delgado Ch.

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