viernes, 28 de mayo de 2010

Robin Hood


Hay un Robin Hood para cada época. El célebre Douglas Fairbanks lo fue en 1922, durante los días del cine silente. Encarnó las esencias del aventurero, pero, sobre todo, respondió a las expectativas de un medio que sustituía la carencia de palabras con la agitada coreografía. Eufórico y espadachín, Fairbanks construyó el arquetipo del héroe acrobático y romántico, con un toque libertario de anárquica rebeldía. Sus escaladas, saltos y piruetas potenciaron la cualidad irreal, de ensoñado y abstracto frenesí, típica del cine mudo.

En 1938 ya había llegado el sonido y el cine exhibía el atributo del color. “Las aventuras de Robin Hood”, producida por Warner Bros. y dirigida por Michael Curtiz y William Keighley, fue el vehículo perfecto para lucir en mallas al actor más admirado por las damas de entonces, Erroll Flynn, filmado en un Technicolor extraordinario, de tonos fuertes y de pura saturación cromática. Una secuencia de antología al final de la película: el duelo a espada entre Robin y el Sheriff de Notthingham, encarnado por el torvo y formidable Basil Rathbone. La perfecta coreografía de esa escena nada tenía que envidiar a la de cualquier musical de entonces, como los producidos por la empresa RKO, con Astaire y Rogers como protagonistas.


Ricardo Bedoya

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