sábado, 22 de noviembre de 2008

Akira Kurosawa y el cine japonés


En septiembre pasado se recordó el décimo aniversario de la muerte de Akira Kurosawa. Aquí un texto que habla de las relaciones entre el cineasta japonés y el cine de su país.


El cine japonés empezó a ser conocido en Occidente cuando «Rashomon», de Akira Kurosawa, ganó el primer premio del Festival de Cine de Venecia en 1951. Ese León de Oro fue el impulso que le permitió salir de su aislamiento fílmico; aislamiento provocado por la incapacidad industrial para exportar su producción y no por razones de calidad, ya que el del Japón siempre fue un cine espléndido. En ese momento se descubrieron afuera las películas de Kenji Mizoguchi, Yasujiro Ozu, Teinosuke Kinugasa, Kon Ichikawa, Hiroshi Inagaki, Masaki Kobayashi, Tadashi Imai, hasta entonces insulares.


Y es que a lo largo de su historia el cine japonés se desarrolló en condiciones de relativa inferioridad industrial y tecnológica. Algunos historiadores afirman que mediaron por lo menos diez años de retraso entre los logros de las industrias europeas y norteamericana y el cine japonés. Ese desfase no sólo produjo un retraso material sino también la inadecuación a las reglas sintácticas y dramáticas que los cines occidentales impusieron como modelo canónico de la realización fílmica en el mundo.


Así, por ejemplo, razones culturales impidieron que las mujeres encarnaran personajes o cumplieran todo tipo de roles dramáticos en los filmes japoneses hasta mediados de los años veinte. Los papeles femeninos eran interpretados por personajes varones denominados oyama. Este transvestismo le dio al cine silente del Japón aires de convención y ritualidad muy marcados. Al sacrificar la naturalidad y la autenticidad en la representación (productos del naturalismo y espontaneidad convertidos en códigos expresivos fundamentales de los cines occidentales que se forjaron hasta 1915, aproximadamente) el cine japonés se mantuvo atado a raíces teatrales muy antiguas, equivalentes de alguna manera a las del teatro isabelino, donde los hombres también desempeñaban los roles femeninos.


Ello condicionó la percepción de los espectadores japoneses, que educaron su relación con el cine a partir de esa aceptación de códigos no naturalistas de representación.




Ricardo Bedoya


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