jueves, 17 de julio de 2008

Filmocorto: segunda crónica

II.
El viernes 11 ocupa menos butacas en la Sala azul en comparación al día anterior. Algunos rostros se repiten, muchos otros se ausentan. El reloj marca las 8:05, las puertas se cierran y la luz baja de tenue a oscura. El retraso de 20 minutos del jueves se cura por uno de sólo 5. El écran muestra muy grande el logotipo de Miray con la palabra "Reproducir" en el ángulo superior izquierdo antes de empezar la segunda jornada. Sonidos de canchita y murmullos expectantes...
Variedad hubo en la selección del viernes, lo que me obliga a dedicarle oraciones aparte a cada entrega.


La primera vez, de Roberto Barba "El Jarcor", parece una secuencia de una miniserie de canal 2. El chico calentón con la chica juguetona en un cuarto de hostal, toqueteándose antes de echarse uno encima del otro. La discusión estalla cuando la chica declara no ser virgen al macho lujurioso; de repente una charla informativa anti-SIDA de argumento pobre como parte de los parlamentos se entromete para intentar hacer didáctico un pasaje trillado. "Cuando tengan sexo, protéjanse", sugiere el "Jarcor" (¿o el "Candy"?) con sus 9 min. de propaganda.


Mucho se puede decir con sólo imágenes. Babalú, de Sofía Velázquez y Carlos Sánchez, retrata la cotidianeidad de un viejo repartidor de gas a tiempo completo. En las noches, coge un viejo libro, toma asiento en su cómodo sillón y toca la trompeta como en los tiempos en que dirigía la orquesta que da nombre al corto. La tristeza de ver el descenso de un artista según donde lo ubique la necesidad. La canción que toca con la trompeta parece llorar, como las imágenes en parsimonia que componen el vídeo.


Cajitas, de Leonardo Sagastegui Mantilla, es un juego dinámico y sincronizado entre cajas de fósforos y música incidental. Cajitas que al hacer caer una a otra formaban sonrisas en los espectadores de buen ánimo. El trabajo con menor valor cinematográfico se convirtió en la nota alegre del día. Premio del público según el "aplausómetro".


La pretensión existencialista al más alto grado. Un enredo de inintelegible calidad es Coma, de Gustavo de la Torre Casal, acaso el peor trabajo de ficción de toda la muestra. Tres personas atrapadas sin salida en un cuarto de hospital caen en cuenta al rato de plática que son la misma persona en distintas etapas de la vida. Sin mayor fin que eso, finaliza una escena dizque surreal con profundidad de un charco. Aprovecho la diatriba para hablar de Parábola, de Daniel Bustamante Phillips, en la que un tipo durmiendo figura sus sueños. Si no tomaba siesta esa tarde, Parábola me hacía dormir hasta la mañana siguiente.


El vestido, de Evelyne Pegot, es casi silente, asimismo efectiva. Un padre y su hija se trasladan de la zona rural a la urbana para instalar a la niña en un hogar con mayores comodidades. El despojo y sacrificio por el bien de lo querido es un discurso melifluo, pero el tino de la autora supera la convención para volverlo conmovedor. Otro buen ejemplo de las posibilidades de una puesta en escena sensata. Con un tema similar se presenta la notable Por mis hijos, de la radicada en Estados Unidos Aymée Cruzategui. Un documental testimonial de una madre que se apartó de su familia para trabajar duramente en Barcelona en pro de bienestar económico. Tan sólo 16 minutos fueron necesarios para que la lástima traspase la pantalla y nos haga sentir el pesar de la madre. ¿Acaso la mujer gorda de ojos llorosos y acento penoso fue la clave? Los elementos no determinan el éxito sino la mano ejecutora. Por eso, Por mis hijos, con relación a su competencia, marcó acentuadas diferencias, porque no deambula en su objetivo de mostrar melodrama verdadero.


El melodrama cerró ese irregular viernes. Un momento, de Valeria Ruiz Salas, pretende hacernos llorar a costa de la soledad y lágrimas de una anciana. Una idea para el guión de Un momento II es la de poner a un cachorro aullando frente a su plato sin comida. Siguiendo con el mismo género, La ausencia, de Gisella Barthe cierra penosamente la jornada. Un chico cuasi zombie anda por las calles cabizbajo e ido, sufriendo la pérdida de un ser querido. Este finaliza su periplo echado en el césped de un campo santo. La ausencia no conmueve, deprime.


El día acabó con sabor agridulce. La larga jornada se justificó ampliamente por la obra de Aymée Cruzategui, aunque hubo otras aceptables que merecieron la visita.


Haciendo alusiones a la calidad del certamen recuerdo las palabras de Edgar Saba, director del Centro Cultural, en la inauguración del evento cuando anunció que para el próximo año el festival sería internacional. Sin duda una buena noticia que ojalá vea resultados en la elevación de calidad de Filmocorto, que más parece la presentación ante amigos de trabajos estudiantiles que una competencia de obras de arte. A esperar dicha evolución.


John Campos Gómez

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